El estado sionista lanza una guerra de exterminio contra el pueblo palestino

(Escribe Jorge Altamira, Política Obrera de Argentina, 14/10/2023)

La guerra de exterminio contra el pueblo de Gaza lanzada por Israel puede disfrazarse como una respuesta no querida del estado sionista a las muertes ocasionadas por la operación militar de Hamas que perforó el muro levantado por Israel contra la Franja; esta es la ‘versión oficial’ del sionismo y del conjunto de los estados imperialistas, con algunas excepciones de matiz.

El relato, sin embargo, falsea el contexto histórico. Las ocupaciones territoriales, la expulsión militar de poblaciones, la expropiación de viviendas y la colonización forzada han sido la base de la ‘construcción’ del estado de Israel. El sionismo se ha apropiado del 95% del territorio histórico de Palestina y de más del 70% de la partición establecida por la ONU en 1948. No hace muchos meses se han excavado ciudades o pueblos enteros que fueron sepultados en 1948 por la llamada “guerra de la independencia de Israel”. El calificativo raya en lo absurdo, porque la potencia ocupante, Gran Bretaña, ya había resignado su condición de Protector asignada por la Liga de las Naciones establecida entre las dos últimas guerras mundiales. La “independencia” consistió en lo contrario – en la expulsión militar de la población nativa.

El ultimátum lanzado por el Estado Mayor de las fuerzas armadas sionistas para que la población del norte Gaza se desplace al sur y abandone, eventualmente, el territorio por el paso que la une con Egipto, responde a cuestiones de mayor dimensión política. Es claro, en primer lugar, que el objetivo es despejar el terreno para proceder a una invasión militar. Israel ha movilizado 300 mil soldados hacia la frontera con la Franja, el mismo número que Putin llamó a las armas para ocupar militarmente el este de Ucrania. Para los observadores internacionales, sin excepción, ese éxodo interno es imposible de llevar a cabo, porque envuelve a más del millón de personas. La intención ulterior es que se instale en la península del Sinaí, como cuando los judíos salieron de Egipto bajo el reinado de los faraones. Se trata de una limpieza étnica en toda la línea y en línea con las pasadas y con las que se está llevando en los territorios ocupados del Oeste, en Cisjordania.

Todo este monstruoso plan de exterminio, a la luz del día y con los medios de comunicación digitales en pleno funcionamiento, atestigua acerca de la crisis política inmensa que ha provocado en el estado sionista la operación militar de Hamas. La prensa internacional se muestra indecisa entre atribuir el éxito de la incursión de Hamas a una falla de la Inteligencia sionista o a una complicidad de la misma, que habría tenido la finalidad de crear las condiciones para justificar la guerra que se ha desatado. A las advertencias enviadas por los servicios de espionaje de Egipto, que fueron desechados, se añaden ahora llamados de atención de Estados Unidos. Con anterioridad a todos estos hechos, Israel atravesaba una crisis política vinculada con la campaña criminal de los colonos sionistas y el gobierno de Netanyahu para expulsar palestinos de Cisjordania y anexar por completo los territorios ocupados desde la guerra de 1967. El conflicto por las atribuciones de la Corte Suprema, que Netanyahu consiguió eliminar (aunque falta una declaración de la propia Corte acerca de la constitucionalidad de la decisión parlamentaria), no era ni es, en el fondo, más que el intento de conseguir un cheque en blanco para consumar esta colonización.

Las grandes potencias y las compañías israelíes de mayor porte se pusieron del lado de la Corte, por el temor de que los planes de la derecha pudieran provocar una rebelión popular palestina (Intifada), en gestación. El régimen sionista atravesaba un período de implosión, por el estado de guerra permanente que exige la existencia del estado sionista. El estallido de la guerra ha unificado a los bloques antagónicos que han protagonizado la crisis reciente en Israel, aunque la misma guerra no tardará en ponerlos a luz nuevamente. Lo mismo ha ocurrido con los bloques imperialistas que se habían abroquelado en defensa de la democracia y la Corte en Israel. Estados Unidos, la UE y Canadá han movilizado a sus fuerzas armadas en apoyo al gobierno de Netanyahu.

La reubicación territorial por la fuerza de la población de Gaza en el Sinaí, por medio de bombardeos e invasión, es uno de los planes de larga data del Estado Mayor militar. Esto explica la velocidad de su implementación. La ONGs más conocidas del imperialismo, desde la ONU a Médicos sin Fronteras, han alertado acerca de una crisis humanitaria atroz. El despliegue de portaviones norteamericanos frente a las costas de Gaza ha sido atribuido al propósito de “disuadir” a Hezbollah a intervenir en socorro de Gaza, como lo hizo con éxito en 2006. La guerra desborda entonces los confines de Palestina y se adentra en Líbano y Siria, donde los bombardeos de la aviación israelí han desactivado, preventivamente, los aeropuertos de Damasco y Aleppo. La admisión, por la administración de Estados Unidos, de que no le consta que Irán haya alimentado la acción militar de Hamas, es una advertencia para que siga alejada del terreno de la guerra. Israel se apresta a cometer todos los crímenes que Estados Unidos realizó para retomar Mosul, Irak, tomada por el Estado Islámico, donde invadió casa por casa, o en Fallujah, también en Irak, contra la resistencia de las fuerzas nacionalistas. Cada uno de estos escenarios alternativos de guerra, harían empalidecer la guerra de la OTAN y Rusia en Ucrania. En el corto período de una década, el cambio de época -entre el capitalismo en ascenso y el imperialismo- tiene alcances nunca vistos desde la segunda guerra mundial.

La escalada militar de Israel no ha cerrado, ni mucho menos, la implosión del estado sionista. La guerra sólo puede multiplicar los agravios, los sufrimientos y las contradicciones que han explotado en estos días. El estado sionista no puede ‘hacer las paces’, luego de estos acontecimientos, ni con los palestinos que viven en Israel, pero son ciudadanos israelíes de cuarta categoría, ni con la población de los territorios ocupados de Cisjordania. El estado de guerra permanente se acentúa. El propósito de Estados Unidos de establecer “una zona de paz” hasta las fronteras con Irán, por medios diplomáticos, ha volado en pedazos. Las consecuencias económicas de estas guerras y crisis políticas sobre Israel y sus vecinos son calamitosas. Egipto y Pakistán se encuentran al borde de una crisis alimentaria. El hambre disolverá las divisiones confesionales en el mundo árabe.

Una parte importante de la prensa sionista y de la oposición a Netanyahu se muestra muy consciente del peligro existencial que implica la guerra contra Gaza y la invasión militar. Por eso plantea que Netanyahu sea desplazado y la guerra sea conducida por otro gobierno, en función de propósitos políticos diferentes. Sin embargo, es consciente también del riesgo de provocar una guerra civil. Las opciones de cortísimo plazo, transicionales o tácticas abundan – las estratégicas y duraderas tienen que pasar la prueba de más guerras, contrarrevolucionarias, por un lado, y revolucionarias por el otro.

La tarea del momento es impulsar la movilización internacional de los trabajadores contra la guerra y contra la limpieza étnica del sionismo en Palestina.

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